El día que mataron a sus hijos, Rosalinda Ávalos supo que su vida jamás volvería a ser la misma. La amenaza que recibió se cumplió con brutal precisión: sus hijos fueron asesinados a sangre fría, un castigo por no haberse callado, por haber señalado lo que nadie más se atrevía a decir. Desde entonces, no ha parado de pelear, no solo por justicia, sino contra un sistema que parece diseñado para proteger a los criminales y castigar a quienes luchan por la verdad.
Cuatro años después, la agente que ha dedicado más de 26 años de su vida a la policía volvió a levantar la voz. Esta vez, irrumpió en el Congreso de San Luis Potosí y logró impedir que Sabas Santiago Ipiña, un exagente con presuntos vínculos con el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), llegara a ser juez penal. No fue solo una victoria personal, sino una batalla crucial en la guerra contra la corrupción que azota a su estado.
UNA MADRE, UNA POLICÍA, UNA GUERRERA
Desde siempre, Rosalinda amó su trabajo. Su instinto para la investigación, su entrega y su disciplina la llevaron a ocupar cargos importantes dentro de la Fiscalía de San Luis Potosí, liderando unidades especializadas en feminicidios, delitos sexuales y robos. Pero nada en su entrenamiento la preparó para la pesadilla que estaba por enfrentar.
El 11 de noviembre de 2020, su mundo colapsó. A las 15:30 horas, recibió una llamada que la marcó para siempre. Era su hija mayor, Yajaira, de 24 años:
“Mamá, ven a casa… nos dispararon”.
Cuando Rosalinda llegó, vio a sus hijos Carlos y Daniela, de 20 y 18 años, sin vida dentro de su auto. Los habían acribillado frente a su casa. Su hija Yajaira estaba herida, pero sobrevivió.
Sus hijos no eran criminales, no tenían enemigos. Solo murieron porque su madre se atrevió a denunciar lo que otros preferían ignorar: que dentro de la Fiscalía operaba “El Cártel de la Ministerial”, una red de corrupción donde agentes del Estado protegían y trabajaban para el CJNG. Rosalinda los enfrentó y ellos le cobraron con lo más preciado que tenía.
EL ENEMIGO DENTRO DEL SISTEMA
Rosalinda no se rindió. En lugar de huir, documentó, investigó y denunció. Cuatro años después, su perseverancia ha logrado que cuatro policías ministeriales y varios sicarios estén detenidos por el asesinato de sus hijos. También descubrió que más de 21 funcionarios de la Fiscalía estaban involucrados con el CJNG, incluyendo a Sabas Santiago Ipiña, un exagente ministerial que ahora buscaba convertirse en juez penal.
El plan era claro: si Ipiña llegaba a ser juez, podría manipular el caso y liberar a los asesinos de sus hijos.
Pero Rosalinda no lo permitió.
El pasado 12 de febrero, mientras preparaba pastelitos en un curso de repostería que había tomado en memoria de su hijo Carlos, revisó la lista de candidatos a jueces y vio el nombre de Sabas Santiago Ipiña en la lista de selección del Congreso. Su sangre hirvió. Sabía que debía actuar de inmediato.
Sin dudarlo, tomó sus documentos y fue directamente al Congreso de San Luis Potosí. En una sala llena de legisladores, alzó la voz y presentó pruebas de que Ipiña tenía nexos con el CJNG y con los asesinos de sus hijos. Con la voz quebrada, pero con una fuerza inquebrantable, lanzó una advertencia:
“Él quiere ser juez para liberar a los que mataron a mis hijos.”
El Congreso revisó la información y decidió excluir a Ipiña del proceso de selección. Rosalinda lo había logrado.
UNA VICTORIA CON SABOR A DOLOR
A pesar de su triunfo, Rosalinda sabe que esto no ha terminado. La red de corrupción sigue viva y ella se ha convertido en un blanco. Su valentía la ha hecho más vulnerable que nunca.
“No sé si intenten algo contra mí, pero yo no puedo quedarme callada. Mis hijos no tenían que morir y no permitiré que su asesinato quede impune.”
Mientras los responsables esperan juicio en prisión, ella sigue luchando. Cada paso que da es un homenaje a Carlos y Daniela, a quienes les arrebataron la vida, pero no su memoria.
Porque en un país donde el crimen y la corrupción van de la mano, la historia de Rosalinda Ávalos no es solo la de una madre que busca justicia. Es la historia de una mujer que se atrevió a desafiar a un monstruo y sigue de pie.
El País