A principios de agosto, ocurrieron dos hechos que permiten vislumbrar con absoluta claridad el camino trazado por Estados Unidos para tratar lo que ellos llaman ‘el caso venezolano’.
Por un lado, el Instituto Empresarial Americano —AEI, por sus siglas en inglés— entrevista a Elliott Abrams, enviado especial de la Casa Blanca para Venezuela, y este hace un balance sobre el plan general de Washington para derrocar a Nicolás Maduro.
Algunos días más tarde, en Brasil, se organizaba una reunión empresarial para hablar o más bien negociar la reconstrucción de Venezuela en el periodo poschavista.
En ambas situaciones se muestra, con la soberbia típica de los halcones y neoconservadores estadounidenses, las coordenadas de un futuro cada vez más próximo.
De la presión sistémica
Comencemos por Abrams. La retórica del enviado especial está plagada de las consideraciones y lugares comunes con las que se suele engrosar el expediente jurídico y mediático contra el país suramericano y en especial contra el presidente Maduro.
No obstante, interrogado sobre qué pretende hacer en el corto y mediano plazo para lograr sus objetivos, suelta estas líneas que bien valen la pena destacar: “Estamos tratando de, déjeme usar un buen término marxista, ‘aumentar las contradicciones’, es decir, estamos ejerciendo una enorme presión sobre estos individuos. (…) Estamos presionando todo el sistema”.
Los entrevistadores no quedan satisfechos y piden más detalles e incluso explicaciones de por qué no se aplica la opción militar como vía rápida para lograr los objetivos de la Casa Blanca.
Abrams no parece mostrarse muy entusiasta ante dicha estrategia y se decanta, más bien, por la derrota sistémica del chavismo. Desde una esquina, gestiona divisiones internas: “Creemos que hay muchos civiles, incluso en el PSUV, que es el viejo partido de Hugo Chávez, el partido chavista, que se dieron cuenta de que Nicolás Maduro estaba destruyendo su partido, destruyendo su marca”.
Y desde otro lado, confía en una estrategia militar de tipo no convencional.
Pero no hay que confiarse. En dicha entrevista, Abrams termina asomándonos que en la Casa Blanca van a continuar presionando para evitar que el nudo político venezolano se resuelva por vías electorales. ¿La razón? Dejemos que sea él quien conteste.
“Creo que los tipos del régimen piensan ‘bueno, no volverá a lanzarse Maduro porque es un mal candidato’, por lo que encontrarán a alguien que sea un mejor candidato. Y luego tal vez Guaidó se postule, pero ellos pueden pagar para tener otro o dos candidatos aparentemente demócratas y luego dividen a la oposición y, de hecho, podrían ganar una elección. Esta es una muy, muy mala idea. Por eso decimos que Maduro tiene que irse”, sostiene.
Hay un reconocimiento tácito de parte de Abrams de que el chavismo podría seguir ganando elecciones a pesar de las políticas agresivas que se han implementado para derrotarlo. Por tanto, se aferra al desgaste y a la presión sobre la población venezolana.
Del día (y los meses) después
Mientras el enviado especial para Venezuela aclaraba el panorama, se efectuaba el primero de agosto una reunión en Brasilia denominada Reconstrucción venezolana, la perspectiva de la infraestructura.
En ella participaron, según el reporte publicado en el Diario de Las Américas, el secretario especial de Comercio Exterior de Brasil, Marcos Prado Troyjo; el vicepresidente de Ipsos Public Affairs (empresa patrocinadora del desayuno) Mark Polyak, y el vicepresidente para Latinoamérica de la constructora estadounidense Hill International. El vocero principal de la actividad fue el secretario de Comercio de EEUU, Wilbur L. Ross.
Lo que debe ser una campanada de alerta para la comunidad de inteligencia venezolana son los 20 proyectos críticos en los cuáles se enfocaron durante dicho encuentro.
Entre ellos, se destacaron “el sistema de agua de Caracas, el sistema hidroeléctrico de Guri, recuperación de la producción petrolera en la Faja del Orinoco, el sistema de transporte de pasajeros en autobuses y la recuperación del puerto petrolero de Jose”.
Ross declaró que “más de 14 agencias federales” trabajaron el documento y elaboraron una periodización para lo que consideran son los meses posteriores al hipotético fin del Gobierno de Nicolás Maduro.
Dicho proceso atendería cuatro líneas de acción: “Energía, estabilización macroeconómica y financiera, normalización agrícola y rehabilitación del sector privado” y se desarrollaría en cuatro etapas:
Alivio Inmediato (primer y segundo mes): en la cual se enfocarían en revertir, a través de la Asamblea Nacional, la Ley de Hidrocarburos aprobada durante el Gobierno de Hugo Chávez. Abrir el sector energético a la participación de empresas privadas, especialmente de capital estadounidense. Además, como primeras acciones, se levantarían las sanciones económicas y financieras impuestas a Venezuela, y se recurriría a “líneas de crédito internacionales” a través de las instituciones como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Inversión del socialismo (del tercer al doceavo mes): durante este periodo, se intervendrá el Banco Central de Venezuela, se haría una reingeniería de todo el sistema tributario y se establecerían acuerdos de “estabilización macroeconómica” en conjunto con el FMI. Es decir, se daría continuidad a la neoliberalización del país que fue impedida por Hugo Chávez. Todas estas medidas económicas serían acompañadas por un llamado a “elecciones libres”, que según el diccionario de Washington, se harían sin representantes del chavismo.
Restauración del crecimiento (largo plazo): para Ross, como vocero de la voracidad financiera y capitalista de Estados Unidos, en esta etapa estaríamos hablando del saqueo absoluto de todas las riquezas minerales y energéticas de Venezuela. Por supuesto, ellos no lo llaman así, sino de una manera elegante se refieren a este momento como la ampliación “del ancho de banda y capacidad de los puertos y puentes”, los cuales son vitales para la actividad minera, petrolera y gasífera. Por supuesto, un optimista Ross confiesa sin escrúpulos que ya cuentan con instituciones financieras internacionales para “avanzar en estos proyectos”.
¿Qué es culpa del bloqueo y qué no?
Nos quedan algunas cosas bien asentadas. Estados Unidos apuesta por el desgaste, por la implosión social, por la agudización de las contradicciones. Para ello, plantean acrecentar más el cerco y la asfixia. Llevarnos a un nivel de vida insostenible. Su plan para Venezuela, según sus propias declaraciones, no solo contempla apropiarse de toda la inmensa riqueza del país, sino por sobre todo, borrar el chavismo del panorama político y social venezolano.
Lo que no hacen explícito los voceros de la Casa Blanca es que sus planificaciones chocan con más de la mitad de la población venezolana que apoya a la corriente política inaugurada por Hugo Chávez, y que para cumplir de manera literal con sus planes habría que reducir a sangre y fuego a miles de venezolanos. Claro que esta es la parte que suele omitirse en las entrevistas y reuniones, la historia oculta que no genera buena prensa.
Ahora bien, ¿si la agresión planteada es de carácter multidimensional y sistémico, no debería el Gobierno venezolano, planificar una contraofensiva de características similares?
La respuesta no es sencilla, pero tampoco imposible de dilucidar. La agresión contra Venezuela tiene un alto componente psicológico y moral. Busca deslegitimar el Estado venezolano, sus instituciones, haciendo que la realidad social sea cada vez más difícil de gobernar. Un ejemplo palpable es la economía, donde se ha impuesto una dolarización de hecho.
Conforme esto avanza, destruyen las condiciones de vida y vulneran los vínculos afectivos entre los propios venezolanos. La premisa parece ser: sin Estado, sin sociedad. Llevarnos no a los tiempos anteriores a Chávez, sino a los estadios salvajes del siglo XIX.
La amenaza no puede evaluarse con las premuras del corto plazo, sino con la necesidad del horizonte.
¿Está el pueblo venezolano, el Gobierno venezolano, solo sobreviviendo a la arremetida o está, conforme resiste, avanzando en la construcción de un proyecto social o político distinto?
Ese que encendió las alarmas de los poderes fácticos del mundo, que llenó de esperanza a los pueblos de cada continente.
Un esquema que podría servirnos para el análisis estratégico de la situación es preguntarse con absoluta sinceridad ¿qué asuntos son culpa del bloqueo, del asedio, de la guerra multidimensional y cuáles no? ¿Qué asuntos escapan a nuestras manos como venezolanos, como Gobierno, como Estado y cuáles no?
Pienso, por ejemplo, que impedirnos el acceso al sistema financiero internacional, con lo cual se destruye la posibilidad, en una economía tan dependiente, de conseguir alimentos y medicinas, es culpa absoluta de la agresión estadounidense. Esto es innegable y está plenamente documentado.
Pero el que la página web de una institución dedicada a expedir pasaportes no funcione y esto derive en el engrosamiento de las mafias que piden dólares a cambio de documentos oficiales no es culpa de la Casa Blanca.
El que se conformen y financien grupos paramilitares para desestabilizar la frontera venezolana e incluso el interior del país es responsabilidad de las agencias de inteligencia tanto estadounidenses como israelíes. Otro aspecto que no admite refutación.
Sin embargo, el que cada vez haya más y más denuncias de campesinos víctimas de sicariato, que reclaman porque han sido revertidos los instrumentos agrarios otorgados por Chávez, que cuestionan la inacción y permisividad ante el latifundio, no es culpa del bloqueo ni del Pentágono.
Y así podríamos seguir, en la construcción de una gran matriz que nos permita como venezolanos, atacar de manera mucho más efectiva y eficiente la agresión que se nos impone.
Nos quieren divididos, no quieren desesperanzados, nos quieren confundidos. Y lo peor que podemos hacer, en una circunstancia como esta, es no hablar con sinceridad. Ya lo decía Albert Camus: “Todas las desgracias de los hombres provienen de no hablar claro”. Creo que tiene razón.
La agenda estratégica de Estados Unidos para Venezuela
A principios de agosto, ocurrieron dos hechos que permiten vislumbrar con absoluta claridad el camino trazado por Estados Unidos para tratar lo que ellos llaman ‘el caso venezolano’.
Por un lado, el Instituto Empresarial Americano —AEI, por sus siglas en inglés— entrevista a Elliott Abrams, enviado especial de la Casa Blanca para Venezuela, y este hace un balance sobre el plan general de Washington para derrocar a Nicolás Maduro.
Algunos días más tarde, en Brasil, se organizaba una reunión empresarial para hablar o más bien negociar la reconstrucción de Venezuela en el periodo poschavista.
En ambas situaciones se muestra, con la soberbia típica de los halcones y neoconservadores estadounidenses, las coordenadas de un futuro cada vez más próximo.
De la presión sistémica
Comencemos por Abrams. La retórica del enviado especial está plagada de las consideraciones y lugares comunes con las que se suele engrosar el expediente jurídico y mediático contra el país suramericano y en especial contra el presidente Maduro.
No obstante, interrogado sobre qué pretende hacer en el corto y mediano plazo para lograr sus objetivos, suelta estas líneas que bien valen la pena destacar: “Estamos tratando de, déjeme usar un buen término marxista, ‘aumentar las contradicciones’, es decir, estamos ejerciendo una enorme presión sobre estos individuos. (…) Estamos presionando todo el sistema”.
Los entrevistadores no quedan satisfechos y piden más detalles e incluso explicaciones de por qué no se aplica la opción militar como vía rápida para lograr los objetivos de la Casa Blanca.
Abrams no parece mostrarse muy entusiasta ante dicha estrategia y se decanta, más bien, por la derrota sistémica del chavismo. Desde una esquina, gestiona divisiones internas: “Creemos que hay muchos civiles, incluso en el PSUV, que es el viejo partido de Hugo Chávez, el partido chavista, que se dieron cuenta de que Nicolás Maduro estaba destruyendo su partido, destruyendo su marca”.
Y desde otro lado, confía en una estrategia militar de tipo no convencional.
Pero no hay que confiarse. En dicha entrevista, Abrams termina asomándonos que en la Casa Blanca van a continuar presionando para evitar que el nudo político venezolano se resuelva por vías electorales. ¿La razón? Dejemos que sea él quien conteste.
“Creo que los tipos del régimen piensan ‘bueno, no volverá a lanzarse Maduro porque es un mal candidato’, por lo que encontrarán a alguien que sea un mejor candidato. Y luego tal vez Guaidó se postule, pero ellos pueden pagar para tener otro o dos candidatos aparentemente demócratas y luego dividen a la oposición y, de hecho, podrían ganar una elección. Esta es una muy, muy mala idea. Por eso decimos que Maduro tiene que irse”, sostiene.
Hay un reconocimiento tácito de parte de Abrams de que el chavismo podría seguir ganando elecciones a pesar de las políticas agresivas que se han implementado para derrotarlo. Por tanto, se aferra al desgaste y a la presión sobre la población venezolana.
Del día (y los meses) después
Mientras el enviado especial para Venezuela aclaraba el panorama, se efectuaba el primero de agosto una reunión en Brasilia denominada Reconstrucción venezolana, la perspectiva de la infraestructura.
En ella participaron, según el reporte publicado en el Diario de Las Américas, el secretario especial de Comercio Exterior de Brasil, Marcos Prado Troyjo; el vicepresidente de Ipsos Public Affairs (empresa patrocinadora del desayuno) Mark Polyak, y el vicepresidente para Latinoamérica de la constructora estadounidense Hill International. El vocero principal de la actividad fue el secretario de Comercio de EEUU, Wilbur L. Ross.
Lo que debe ser una campanada de alerta para la comunidad de inteligencia venezolana son los 20 proyectos críticos en los cuáles se enfocaron durante dicho encuentro.
Entre ellos, se destacaron “el sistema de agua de Caracas, el sistema hidroeléctrico de Guri, recuperación de la producción petrolera en la Faja del Orinoco, el sistema de transporte de pasajeros en autobuses y la recuperación del puerto petrolero de Jose”.
Ross declaró que “más de 14 agencias federales” trabajaron el documento y elaboraron una periodización para lo que consideran son los meses posteriores al hipotético fin del Gobierno de Nicolás Maduro.
Dicho proceso atendería cuatro líneas de acción: “Energía, estabilización macroeconómica y financiera, normalización agrícola y rehabilitación del sector privado” y se desarrollaría en cuatro etapas:
Alivio Inmediato (primer y segundo mes): en la cual se enfocarían en revertir, a través de la Asamblea Nacional, la Ley de Hidrocarburos aprobada durante el Gobierno de Hugo Chávez. Abrir el sector energético a la participación de empresas privadas, especialmente de capital estadounidense. Además, como primeras acciones, se levantarían las sanciones económicas y financieras impuestas a Venezuela, y se recurriría a “líneas de crédito internacionales” a través de las instituciones como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Inversión del socialismo (del tercer al doceavo mes): durante este periodo, se intervendrá el Banco Central de Venezuela, se haría una reingeniería de todo el sistema tributario y se establecerían acuerdos de “estabilización macroeconómica” en conjunto con el FMI. Es decir, se daría continuidad a la neoliberalización del país que fue impedida por Hugo Chávez. Todas estas medidas económicas serían acompañadas por un llamado a “elecciones libres”, que según el diccionario de Washington, se harían sin representantes del chavismo.
Restauración del crecimiento (largo plazo): para Ross, como vocero de la voracidad financiera y capitalista de Estados Unidos, en esta etapa estaríamos hablando del saqueo absoluto de todas las riquezas minerales y energéticas de Venezuela. Por supuesto, ellos no lo llaman así, sino de una manera elegante se refieren a este momento como la ampliación “del ancho de banda y capacidad de los puertos y puentes”, los cuales son vitales para la actividad minera, petrolera y gasífera. Por supuesto, un optimista Ross confiesa sin escrúpulos que ya cuentan con instituciones financieras internacionales para “avanzar en estos proyectos”.
¿Qué es culpa del bloqueo y qué no?
Nos quedan algunas cosas bien asentadas. Estados Unidos apuesta por el desgaste, por la implosión social, por la agudización de las contradicciones. Para ello, plantean acrecentar más el cerco y la asfixia. Llevarnos a un nivel de vida insostenible. Su plan para Venezuela, según sus propias declaraciones, no solo contempla apropiarse de toda la inmensa riqueza del país, sino por sobre todo, borrar el chavismo del panorama político y social venezolano.
Lo que no hacen explícito los voceros de la Casa Blanca es que sus planificaciones chocan con más de la mitad de la población venezolana que apoya a la corriente política inaugurada por Hugo Chávez, y que para cumplir de manera literal con sus planes habría que reducir a sangre y fuego a miles de venezolanos. Claro que esta es la parte que suele omitirse en las entrevistas y reuniones, la historia oculta que no genera buena prensa.
Ahora bien, ¿si la agresión planteada es de carácter multidimensional y sistémico, no debería el Gobierno venezolano, planificar una contraofensiva de características similares?
La respuesta no es sencilla, pero tampoco imposible de dilucidar. La agresión contra Venezuela tiene un alto componente psicológico y moral. Busca deslegitimar el Estado venezolano, sus instituciones, haciendo que la realidad social sea cada vez más difícil de gobernar. Un ejemplo palpable es la economía, donde se ha impuesto una dolarización de hecho.
Conforme esto avanza, destruyen las condiciones de vida y vulneran los vínculos afectivos entre los propios venezolanos. La premisa parece ser: sin Estado, sin sociedad. Llevarnos no a los tiempos anteriores a Chávez, sino a los estadios salvajes del siglo XIX.
La amenaza no puede evaluarse con las premuras del corto plazo, sino con la necesidad del horizonte.
¿Está el pueblo venezolano, el Gobierno venezolano, solo sobreviviendo a la arremetida o está, conforme resiste, avanzando en la construcción de un proyecto social o político distinto?
Ese que encendió las alarmas de los poderes fácticos del mundo, que llenó de esperanza a los pueblos de cada continente.
Un esquema que podría servirnos para el análisis estratégico de la situación es preguntarse con absoluta sinceridad ¿qué asuntos son culpa del bloqueo, del asedio, de la guerra multidimensional y cuáles no? ¿Qué asuntos escapan a nuestras manos como venezolanos, como Gobierno, como Estado y cuáles no?
Pienso, por ejemplo, que impedirnos el acceso al sistema financiero internacional, con lo cual se destruye la posibilidad, en una economía tan dependiente, de conseguir alimentos y medicinas, es culpa absoluta de la agresión estadounidense. Esto es innegable y está plenamente documentado.
Pero el que la página web de una institución dedicada a expedir pasaportes no funcione y esto derive en el engrosamiento de las mafias que piden dólares a cambio de documentos oficiales no es culpa de la Casa Blanca.
El que se conformen y financien grupos paramilitares para desestabilizar la frontera venezolana e incluso el interior del país es responsabilidad de las agencias de inteligencia tanto estadounidenses como israelíes. Otro aspecto que no admite refutación.
Sin embargo, el que cada vez haya más y más denuncias de campesinos víctimas de sicariato, que reclaman porque han sido revertidos los instrumentos agrarios otorgados por Chávez, que cuestionan la inacción y permisividad ante el latifundio, no es culpa del bloqueo ni del Pentágono.
Y así podríamos seguir, en la construcción de una gran matriz que nos permita como venezolanos, atacar de manera mucho más efectiva y eficiente la agresión que se nos impone.
Nos quieren divididos, no quieren desesperanzados, nos quieren confundidos. Y lo peor que podemos hacer, en una circunstancia como esta, es no hablar con sinceridad. Ya lo decía Albert Camus: “Todas las desgracias de los hombres provienen de no hablar claro”. Creo que tiene razón.