La compleja situación de Brasil es un caso de estudio que debería ser de interés global. No es la Amazonia lo único que arde en Brasil, sino que también hay un volátil escenario criminal, de pronóstico reservado.
Brasil es el sexto país más grande del mundo, la sexta economía mundial, y según el Fondo Monetario Internacional es el quinto exportador de alimentos del planeta. Pero eso, todo el mundo lo sabe, lo que es desconocido es que esa nación de Sudamérica con poco más de 209 millones de habitantes es el segundo país con más consumidores de cocaína del mundo, solo después de Estados Unidos, según las propias autoridades de ese país. Y también es uno de los más violentos, con una tasa de homicidios intencionales de 30 por cada cien mil habitantes. Sesenta mil personas fueron ejecutadas tan solo en 2018, casi el doble de las asesinadas en la guerra de los carteles de la droga en México en el mismo año.
Ampliar la visión de la actividad del crimen organizado en otras partes del mundo permite ver la problemática de lo que sucede en el propio país desde otra perspectiva, y atar cabos, porque ninguno de estos fenómenos es realmente aislado. La compleja situación de Brasil es un caso de estudio que debería ser de interés global. Tiene igual impacto en Estados Unidos, por la cantidad de armas que son traficadas desde ese país a Brasil, que en Europa, donde organizaciones criminales como la Ndrangheta, de Italia, o el Cartel de Juárez, de México, han encontrado tierra fértil para lavado de dinero y para usarlo de trampolín para el tráfico de cocaína a Europa.
Del 20 al 22 de agosto fui invitada a participar en el seminario interdisciplinario “Actividad de inteligencia y confrontación con organizaciones criminales” organizado por la Policía Federal de Brasil. La prestigiada corporación que realizó la investigación “Lava Jato”, que desmanteló una red de corrupción entre la compañía petrolera mayoritariamente estatal Petrobras, y empresas privadas, como por ejemplo Odebrecht, que aplicó el mismo esquema de corrupción en otras partes de America Latina y África.
Para dar más referencia, “Lava Jato” llevó a la cárcel al expresidente de izquierda Lula Da Silva en medio de protestas por parte del Partido de los Trabajadores (PT), que dice se trató de una operación política para impedir que Lula contendiera en las elecciones presidenciales del 2018.
Ahora, la Policía Federal brasileña parece tener un nuevo objetivo. En base a la experiencia de otros países como México e Italia, su meta es entender el funcionamiento de las tres principales organizaciones criminales del país, que significan el mayor riesgo de seguridad nacional por la violencia que generan, el tráfico y distribución de drogas para el consumo interno, y el control territorial. Se trata del Primer Comando Capital (PCC), el Comando Vermelho (CV) y decenas de milicias que, integradas en su mayoría por miembros de la Policía Militar, tienen presencia en diversas partes de Brasil. Incluyendo la Amazonia, que en estos días se consume en llamas ante los ojos indignados de la comunidad internacional. Pero, sin duda, no es la Amazonia lo único que arde en Brasil, sino que también hay un volátil escenario criminal, de pronóstico reservado.
Esta es la primera de una serie de reflexiones sobre la situación del crimen organizado en Brasil, de acuerdo a los propios diagnósticos de la PF, académicos como Gabriel Feltran, el sociólogo Sergio Adorno, y Camila Nunes Dias.
Cuando, en una reunión privada, uno de los directores de la PF habló del nivel de consumo de cocaína en Brasil, el dato era impresionante. ¿El segundo país consumidor del mundo?. Sí, reconfirmó el directivo. ¿Y cómo pasó esto?
En primer lugar, el país comparte una frontera de más de 11 mil kilómetros con diez países, tres de los cuales -Bolivia, Perú y Colombia- son los proveedores de cocaína del mundo. El primero produce el 10 por ciento; el segundo, el 20 por ciento, y el tercero, el 70 por ciento, de acuerdo al último informe presentado por la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. En la región la producción crece constantemente, mientras el mercado de consumo de Estados Unidos decrece. Aunque en 2017 se registraron en ese país 5,9 millones de consumidores, es decir el 2,2 por ciento de la población, esa cifra es menor que el 2,6 registrado en 2006. Entretanto, en Brasil los consumidores aumentan cada año. El 0,7 por ciento de sus habitantes consume esaa droga, es decir, 1,46 millones de personas, Y si se toma en cuenta el consumo de todos los derivados de la cocaína, como el crack, la cifra de consumidores llega a 5,6 millones.
La explicación es que el gramo de cocaína base en los tres países productores tiene un precio de venta promedio de 1 dólar, y en Brasil, de 5 dólares, casi lo mismo que una cajetilla de cigarros, explicaron funcionarios de la PF. Mientras que en Estados Unidos el precio va de 30 a 50 dólares el gramo, y en Europa el precio oscila entre 58 dólares y 180. Una de las razones es que el costo del transporte es mucho menor de un lado a otro de la porosa frontera y que la producción de cocaína en la zona ha aumentado vertiginosamente. En muchos países los consumidores de cocaína son de clase media-alta, por el precio de la droga. En Brasil, todos tienen acceso económico a la droga y sus derivados.
La inversión y el riesgo de los grupos criminales de Brasil para comprar y traficar cocaína son mínimos, y uno de los grupos mejor articulados en la materia es el PCC. La matemática es escalofriantemente simple, según la explicación dada por el profesor Gabriel Feltran.
En Brasil existe un alto índice de robo de vehículos para financiar la compra de cocaína y armas. La gran mayoría de los autos robados son vendidos, completos o en partes, en el mercado negro de Paraguay, donde hasta hace muy poco esos vehículos robados podían ser fácilmente legalizados y luego traficados a otras partes del país o a otros continentes. Por ejemplo, una camioneta Toyota de reciente modelo robada en Brasil puede ser vendida en Paraguay en 3 mil dólares. Con esos tres mil dólares se puede comprar en Colombia, Perú o Bolivia 3 kilos de cocaína que, al venderla en Brasil, representa una ganancia neta de 15 mil dólares, los cuales, en su gran mayoría, se reinvierten en la compra de más cocaína, armas y contrabando de cigarros.
El PCC nació en 1993 en Sao Paulo, integrada por un grupo de reos de alta peligrosidad de protestaban por las condiciones de encarcelamiento, y aunque sus líderes están en prisión desde hace más de 20 años, aún comandan en la organización criminal que tiene control de la mayoría de prisiones de Sao Paulo.
Según las autoridades, el PCC tiene más de 20 mil integrantes y facturan al año 200 millones de dólares. Tienen una visión “ideológica” y empresarial, y no solo controlan las prisiones de Sao Paulo, sino también la mayoría de prisiones de 22 de los 26 estados de Brasil.
Aunque las mismas cárceles donde nació el PCC en 1993 son uno de sus centros de distribución de droga más importante, la organización está ampliando sus horizontes. Apenas hace unas semanas, en Sao Paulo la PF detuvo a Nicola Assisi, un importante bróker de la Ndrangheta, a través del cual la organización criminal de Calabria, Italia, traficaba cocaína a Europa. Su proveedor era el PCC, generándole ganancias multimillonarias.