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Cómo Estados Unidos y China tienen al mundo en vilo

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El conflicto comercial entre ambas naciones es el tema más importante para la economía mundial en su conjunto, dice Carlos Baker.
(Expansión) – No es exagerado decir que el resultado de la guerra comercial entre Estados Unidos y China es actualmente el tema más importante para la salud del sistema multilateral de comercio y de la economía mundial en su conjunto.

Tampoco es exagerado decir que, si esa guerra comercial cesa pronto, con un acuerdo satisfactorio para ambas partes, puede traer una enorme prosperidad para el planeta, sobre todo porque permitiría empezar a retomar temas pendientes de la agenda internacional, en donde la participación de China y Estados Unidos es indispensable.

Pero si la guerra comercial continúa o termina abruptamente con un acuerdo desbalanceado, podría colocarnos en la víspera de un profundo cambio en la economía del mundo.Para entender la complejidad del conficto comercial entre China y Estados Unidos, tenemos que entender que, lo que está en juego, es mucho más que solamente el comercio. De hecho, el conflicto actual retoma parte de los debates y discusiones que se dieron en el contexto de la entrada de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC) hace 18 años, y parece cuestionar la conveniencia del enfoque que adoptó el gobierno de Estados Unidos en esa época: frente al ascenso de China, lo mejor es integrarla al sistema multialteral, que dejarla fuera él.

¿Qué pasó en los últimos 18 años? El comercio de China con Estados Unidos se incrementó de manera exponencial desde la entrada de ésta a la OMC en 2001.

En unos cuantos años, China se convirtió en el principal proveedor de bienes de Estados Unidos, desplazando a países como México, y para muestra un botón: en el año 2000, China tenía un 10.8% del mercado estadounidense, pero en 2018 contaba ya con un 21.2%.

Durante mucho tiempo, a nadie en Estados Unidos parecía inquietarle los términos de este intercambio. A final de cuentas, la oferta de productos chinos ayudaba a maximizar el ingreso del ciudadano promedio estadounidense, poniendo a su disposición una amplia gama de productos a precios muy accesibles. Además, las empresas estadounidenses corrieron en hordas a establecerse en China para aprovechar dos condiciones: (1) su base manufacturera barata, que permitía márgenes de ganancias muy altos, y (2) su enorme mercado interno.
Pero entonces Donald Trump fue elegido Presidente de Estados Unidos, y junto con él, llegó una visión mucho más mercantilista, nativista incluso, que percibía el comercio internacional como un simple balance de resultados: si existía un superávit, era positivo; pero tener un déficit era no sólo negativo, sino incluso condenable, y el país causante de dicho déficit pasaba inmediatamente a ser un ladrón, que seguramente obtenía esas enormes “ganancias” (sic) a través de prácticas comerciales desleales, devaluando artificialmente su moneda o con cualquier otra combinación de acciones que no respetaban el fair trade.

Es justo decir que, a nivel mundial, hay una corriente de pensamiento que está de acuerdo con la visión del Presidente Trump. De acuerdo con estos proponentes, China asumió una serie de compromisos, cuando ingresó a la OMC, que simplemente no ha cumplido –dado que siguen existiendo señalamientos por transferencias forzadas de tecnología, pagos enormes de subsidios a empresas estatales, débil protección a los derechos de propiedad intelectual, y un largo etcétera. Estos mismos proponentes señalan que como China no quiere cooperar, y debido a las grandes distorsiones que genera, no hay otro remedio más que utilizar medidas cada vez más radicales, como Estados Unidos lo ha hecho.

Ante esto, Beijing insiste en que cuando China se unió a la OMC, no se comprometió a cambiar de régimen político ni legal, y que continúa firme hacia lo que llaman economía socialista de mercado; concepto que implícitamente rechaza que exista una definición o modelo único sobre lo que es una economía de mercado. Dada esta lógica, esperar que China cambie su sistema económico, político y legal, para adaptarse a lo que otros países necesiten o prefieran, sería muy ingenuo.Algunos de estos temas han llegado hasta los tribunales en Ginebra, en el seno de la OMC. Recientemente, China suspendió un panel de solución de controversias que había iniciado contra la Unión Europea y Estados Unidos, y que tenía como objetivo determinar si China era, efectivamente, una economía de mercado. Este punto es tan significativo que, un fallo de la OMC a su favor tendría profundas repercusiones: exigiría cambiar el método que usan los países para calcular demandas antidumping contra China, ratificaría implícitamente un modelo económico (el chino) basado en prácticas cuestionadas por la misma OMC e, incluso, le quitaría todo el sentido al artículo 32-10 del T-MEC.
Todo esto está en juego e inmerso en el conflicto “comercial” actual entre China y Estados Unidos. Por ello, aunque exigir una mayor observancia de los compromisos internacionales de China no solamente es deseable, sino que incluso debe ser exigible, estoy convencido de que se puede obtener mejores resultados, de alcance mucho más estructural, si se trabaja con China desde dentro del sistema.En cambio, un terreno neutral donde ambos países podrían trabajar es promoviendo e, incluso, liderando las reformas de gran calado que la OMC necesita. Hay suficientes temas de interés para ambos países -y que además requieren de su participación- para generar una agenda de trabajo influyente que, no sólo complementaría el trabajo realizado por países como Australia, Canadá, México y la Unión Europea, también recibiría el resplado de una buena cantidad de miembros de la organización.

Si la apuesta es “esperar” a que uno u otro cambie de opinión, temo que todos terminaríamos perdiendo, pues el daño económico para el mundo sería irreversible, en el largo plazo.

Desafortunadamente, existen incentivos para que el conflicto continúe, ya que las elecciones presidenciales en Estados Unidos se encuentran a un año de distancia, por lo que “pegarle” a China continuará siendo políticamente rentable. Por su parte, el Presidente Xi Jinping no puede darse el lujo de parecer débil ante las amenazas de Estados Unidos ni poner en riesgo el ritmo de crecimiento de su país, pues el respaldo al Partido Comunista de China está basado mayoritariamente en el éxito económico logrado en las últimas décadas.

La conversación entre Trump y Xi en Osaka abrió una pequeña ventana de oportunidad que la comunidad internacional debe aprovechar para “jalar” a China y Estados Unidos a la mesa de negociación, invitándolos a encabezar y liderar una reforma profunda al sistema multilateral de comercio. Las organizaciones, como la OMC, y los grupos de países como el G20, deben empezar a buscar un rol más activo. Al final de cuentas, el mundo por el que China y Estados Unidos están peleando, nos pertenece a todos.

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