La primera vez que me puse en contacto con la personalidad y la obra de Ryszard Kapuscinski, a quien los expertos en materia de periodismo lo han declarado el mejor periodista del mundo en el siglo XX, fue cuando lo entrevistó Carmen Aristegui.
En aquella ocasión, harán 10 años, Kapuscinski estuvo hablando entre otras cosas de temas marginales que no son frecuentes verlos en la prensa escrita de México y mucho menos en la televisión nacional. Tocaba temas dramáticos como era la brutal limpieza étnica que se hizo en Ruanda, uno de los países más explotados en el continente negro y del que Occidente casi no recibe información de la multitud de violaciones a los derechos humanos que se cometen en ese país, en donde una revolución rebasa a otra que nace al día siguiente y que convierte en un eterno campo de batalla en donde los que siempre pierden son las mujeres y los niños africanos que viven en las peores de las circunstancias.
Escuchar a Kapuscinski hablar de que el periodismo es una actividad no propia para hombres cínicos, me hizo recuperar la idea de reconciliarme con la posibilidad de que no todo está perdido en la vida. Que existen hombres en el mundo que logran salir adelante sin necesidad de cometer bajezas o renunciar a los principios que lo motivan a realizar una actividad profesional como es la de informar de los acontecimientos que suceden en el mundo y que en ese acto magnífico de hacer llegar la información a las mayorías en forma imparcial se logra obtener el verdadero poder de la verdad. Ese fue el signo que marcó la vida de Kapuscinski, quien creía ciegamente que nada era más poderoso que la trasmisión de una información verdadera.
Nacido en Pinsk, hoy territorio de Bielorrusia, Kapuscinski sintió desde los primeros años de su juventud la necesidad de iniciar un viaje por el mundo para conocerlo y poder decirle a la humanidad cuál era la forma de vida que había en los lejanos territorios en donde las leyes no llegaban y la salud pública era una utopía, porque todos los marginados de la tierra morían de enfermedades que podrían ser tratados con una buena dosis de antibióticos. Su trayectoria periodística es enorme y brillante. Fue testigo de 27 revoluciones en el mundo, estuvo presente en 12 frentes de guerra, fue condenado en 4 ocasiones a ser fusilado, lo que le valió ser un constante candidato para el Nobel de Literatura.
Amigo de personalidades como el Che Guevara, siempre me pareció un personaje que podría encontrarse fácilmente en una obra de la mitología romana, como por ejemplo Ulises, que encuentra la satisfacción no en llegar a Itaca, sino en el suspenso que significa el viaje rumbo a su casa. Porque Ulises encuentra más estimulo en la navegación que en el arribo a puerto seguro. Así era Kapuscinski un viajero permanente. No cometo un dislate si lo clasifico como un aventurero, que andaba tratando de imitar los pasos del personaje más importante que para él lo fue sin duda Herodoto, el padre de la historia. Esta afirmación que hago se comprueba con la admiración que Kapuscinski sentía por la historia de la humanidad.
Herodoto fue el primer historiador que redactó los nueve libros del mundo griego conocido, pero no lo hizo de memoria ni a base de informaciones de fuentes orales. Herodoto vagó por el mundo griego conocido hasta ese entonces, arriba de un caballo para dar cuenta cumplida al mundo de entonces de lo que había del otro lado de su mundo. Es Herodoto un historiador reportero que confirma la existencia de los hechos que perpetuó en los nueve libros que conocemos de su autoría.
Dentro de los textos más importantes que Kapuscinski escribió sobresale precisamente el que tituló “Viajes con Herodoto”. Después vinieron textos en los que el reportaje se transformaba en literatura y ésta en algunos instantes pareciera ser imaginaria, pero la realidad confirmaba que eran hechos comprobables en la vida. Que la realidad era superior a la fantasía. El reportaje de Kapuscinski era tan perfecto por que no inventó nada, simplemente con un lenguaje propio de un artista de la época del Renacimiento, relataba lo que veía, las cosas increíbles que miraba. Como esa expresión que parece decir poco pero significa todo un universo: “Solamente me enteré de que era blanco, cuando caminé en medio de una población en África y todos me veían extrañado del color de mi piel. Ahí me di cuenta que yo era el extraño en África. Que ser blanco en este continente era un agravio”.
Otro texto que tuve al alcance después de enterarme de la existencia de Kapuscinski fue “El Imperio” en donde este gigante del reportaje narra con precisión la demolición de la catedral de el Salvador en Moscú, decidida en 1931 por Stalin para construir exactamente en el mismo lugar el Palacio de los Soviets. Kapuscinski describe la fase silenciosa y sonora de la destrucción, el saqueo de iconos y tesoros, la cuadrilla de trabajadores tratando de desgonzar, desclavar, destornillar, destrozar, martillar, minar, cavar y descargar escombros haciendo explotar carga nitroglicerina. Todo bajo la pedante sospecha de Stalin que supervisaba cuidadosamente cada detalle.
Para Kapuscinski reportear era un arte. Frecuentemente preguntaba a sus alumnos que asistían a sus talleres, entre los que se encontraba cuando impartió uno en la ciudad de México, Gabriel García Márquez, quien actuando con modestia y respeto, se sentó al lado de los demás estudiantes a escuchar la magistral orientación de Kapuscinski. ¿De dónde viene el reportaje? preguntaba Kapuscinski: Y a su vez se contestaba: “Tiene tres fuentes, de la que los viajes son la primera, no un viaje en el sentido turístico sino un viaje como una experiencia concreta y dolorosa de descubrir lo que está mal en la sociedad. Son las personas, que uno se encuentra en el camino y son también los gestos del sufrimiento que uno se encuentra en cada pueblo en el cual la justicia y la libertad nunca llega”.