BANGUI (apro).- “Aéroport International Bangui M’Poko-Bienvenue”. El maltrecho letrero que da la bienvenida a los viajantes en la terminal aérea de la capital centroafricana es testigo de una guerra que a lo largo de los últimos años se ha ensañado con uno de los países más pobres de África y, de acuerdo con el índice semestral de la ONU, una de las economías menos desarrolladas del mundo; donde la esperanza de vida apenas supera los 50 años y el PIB per cápita sólo llega a 425 dólares al año.
El mes pasado se cumplieron seis años desde que un conjunto de milicianos venidos del norte y el este del país, agrupados bajo el nombre de Séléka (“coalición” en sango, la lengua más hablada, a la par del francés, en la nación africana) y arropados por las banderas del abandono y del Islam, avanzara estrepitosa y violentamente sobre Bangui, la capital, y depusiera al entonces presidente Francois Bozizé; se instalaron un gobierno transitorio y un sangriento conflicto armado, cuyas secuelas no cesan de hacerse presentes.
“Paso a paso”, responde dubitativo Pierre, un modesto taxista que no supera los 30 años, a la pregunta sobre sus expectativas respecto al recién firmado acuerdo de paz. “Tratamos de retomar nuestras vidas, después de que nos las robaran”, fulmina encogiendo los hombros y cerrando los ojos. El acuerdo, firmado en Jartum, Sudán, el pasado 6 de febrero por el actual gobierno del presidente Faustin Archange-Touadéra y catorce de los grupos rebeldes que tienen bajo su control vastas partes del territorio centroafricano, es auspiciado por la Unión Africana y Naciones Unidas. El escepticismo de Pierre no es en vano, se trata del octavo acuerdo firmado desde el inicio de la crisis en 2013; para la cual parece no haber aún solución definitiva.
Un poco de historia