La salida de Alfonso Romo de la coordinación de la Oficina de la Presidencia tiene muchas explicaciones, excepto que se haya pactado que la colaboración sería solo por dos años; esa no se la cree ni el comité redactor de la Guía Ética para la Transformación de México. Tiene también muchas interpretaciones, tantas como amigos y enemigos tiene Romo. Lo relevante, me parece, es lo que esta “bajada del barco” de uno de los pilares del gobierno de López Obrador nos dice sobre la 4T.
La primera, y quizá las más obvia, es que los moderados tienen cada vez menos cabida en el gobierno de López Obrador. No es un tema de derechas o izquierdas, sino de la velocidad, de formas y prioridades en el gobierno. Si Romo ganó alguna batalla, seguramente sí, no nos enteremos. De los que nos enteremos, porque él mismo lo dejó ver, fueron las grandes derrotas, desde el Aeropuerto de la Ciudad de México hasta el plan de contingencia económica frente la pandemia, pasando por las energías alternativas. Nadie como él en el gobierno de López Obrador tenía el termómetro de la (des)confianza de la inversión. Si lo sabemos es porque lo dijo en público y lo repitió cada vez que pudo en privado y nadie en el gobierno lo escuchó.
Lo segundo que nos dice, y no por conocido menos preocupante, es la comprobación de que en el gabinete de López Obrador lo que existen son secretarios particulares por tema. Romo nunca fue Coordinador de oficina alguna, menos aún de la presidencia. Su función era ser encargado de las relaciones con el sector privado, no operar la institución presidencial. Su puesto, el nombramiento formal, era tan intrascendente para el gobierno que el presidente adelantó que mejor desaparecerá la coordinación y que Romo seguirá siendo el enlace con los empresarios, pero sin cartera. Claramente la relación con los empresarios no es, para bien y para mal, la prioridad de este gobierno.
Lo tercero es que, derivado de este esquema de sectarios particulares por tema, en el No-Gabinete de López Obrador lo rimbombante del cargo es inversamente proporcional a su importancia. El coordinador de la Oficina de la Presidencia solía ser el poder del picaporte; ya no lo es. La Secretaría de Gobernación era el gran poder político del gobierno, hoy no pasa de hacer relaciones públicas; la Secretaría de Seguridad tenía sobre sus hombros el peso la estrategia de la pacificación del país, hoy no tenemos titular en esta cartera y no pasa nada pues las decisiones las toma el Ejército. Por el contrario, puestos aparentemente menores llevan el peso del gobierno. Nunca habíamos tenido un Consejero Jurídico de la Presidencia que fuera el gran operador político ni un encargado de la Unidad de Inteligencia Financiera con más poder y presencia que el Fiscal. Tampoco un director de la CFE que mandara sobre organismos autónomos, ni una Secretaría de la Función Pública convertida en censor ideológico.
La salida de Alfonso Romo dice mucho sobre la 4T, y lo que dice no son buenas noticias.