En la última década, el grado de violencia en México ha causado estragos a nivel individual y colectivo que serán irreversibles y tendrán un impacto a largo plazo. La violencia es la conducta que tiene la intención de causar daño físico o psicológico, que responde a factores biológicos (instinto agresivo para la supervivencia), psicológicos (odio, venganza), sociales (agrupación, pertenencia) y que va incidiendo en los registros históricos de la nación. Actualmente, la situación es tan compleja que es investigada por diferentes disciplinas para dar cuenta de los efectos con el fin de establecer propuestas y reorganizar a la sociedad en valores, bienestar y sana convivencia. El miedo a la agresión que se propaga como lo recientemente ocurrido en Culiacán está transformando a la población, que vive una violencia diferente a la que se experimentaba en años pasados por la degradación de las instituciones en las que antes se podía sentir respaldo, protección y confianza. Esto provoca que la rutina cotidiana cambie debido a la insuficiencia de las autoridades en temas de seguridad, favoreciendo la impunidad en la que se mueven quienes cometen los delitos. Para erradicar la violencia existen posibles soluciones como crear estrategias contra la delincuencia organizada, la voluntad política para desmantelarla, combatir las ganancias del narcotráfico y crear organismos de investigación criminal. “La captura de un capo nunca detiene el narcotráfico, al contrario, provoca más violencia”, de acuerdo con Juan Alberto Cedillo, autor del libro Las guerras ocultas del narco. El aumento de violencia por la lucha implementada desde el 2006 provocó una herida que no deja de sangrar y no se ve que pronto cicatrice. México merece una mejor opción porque es una nación pacífica que festeja la convivencia y la vida. La sociedad no debe aceptar ningún tipo o forma de violencia, no se trata de normalizarla. Los ciudadanos tienen que trabajar con el único objetivo de ofrecer, hoy, un futuro diferente para el país.
