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Un mundo de posibilidades

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La historia que contemos sobre la saga de los gasoductos va a depender, en gran medida, de nuestro punto de partida. Los que comparen la situación de hoy con la de hace apenas unas semanas identificarán, con justa razón, una inyección de confianza directo en el corazón empresarial de nuestro país. México está cerrando agosto en mucho mejor posición que la que cerró julio: con sendos espaldarazos del más emblemático de nuestros inversionistas y de la más representativa de nuestras organizaciones empresariales cupulares. Claro que antes hubo acercamientos y declaraciones de buenas intenciones —imposible olvidar, por ejemplo, el video de empresarios líderes tras la elección del presidente López Obrador—. Pero esta semana, los empresarios por primera vez tenían cara de realmente creer que su parte del ganar-ganar trascendía la retórica. Lo poco que se ha hecho público sobre las nuevas mezclas de pagos de más tarifas iniciales, plazos contractuales más largos y/o volúmenes más altos, aun de cara a tarifas promedio más bajas y pagos de fuerza mayor cancelados, suena balanceado. Explica la sonrisa genuina.

Los que hagan una reflexión más larga hacia atrás la tienen más difícil. A pesar del resultado, ¿realmente van a olvidar los inversionistas, y todos los actores políticos y diplomáticos que se movilizaron ante la crisis, la injustificada amenaza de arbitraje internacional que lanzó México apenas hace unos meses? La confianza en México incrementó entre el final de julio y el de agosto. Pero, ¿podemos afirmar que el embrollo entero, de principio a fin, nos haya posicionado como un país más serio y confiable para la inversión? En otras palabras, ¿el final feliz de este capítulo borra el amargo comienzo de la historia?
Las respuestas a estas preguntas van a depender, nuevamente, de nuestro horizonte de tiempo. Pero, esta vez, más que del punto de partida, van a estar determinadas por el punto de llegada, por el futuro que se empiece a construir desde ahora.

Repetir la dosis completa de los gasoductos en cualquier momento, en cualquier otra industria —iniciando algún proceso de renegociación bajo condiciones contenciosas, de presión política— destruiría cualquier semilla de confianza que se haya sembrado. Si el mundo concluye que la saga de los gasoductos no fue un caso aislado, extraordinario, sino nuestro modus operandi, México caería en una espiral de desconfianza destructiva, justo la que, a lo largo de la historia, ha desalineado a muchos países y gobiernos de las fuerzas internacionales de la inversión y el crecimiento.

Pero, quizás por primera vez, la inercia hoy apunta en otra dirección. Aunque el mensaje que sale de la boca del presidente mantiene cierta consistencia con la comunicación rijosa del pasado, en su momento volcada sobre conceptos equivocados de contratos leoninos, fue muy notorio que su equipo se encargó de que la entrega completa del suceso martes comunicara otra cosa. Desde la misma tribuna de Palacio Nacional, también se defendieron los contratos, son legítimos, legales y competitivos. Las sonrisas sinceras se acompañaron de expresiones de confianza e interés de poner a trabajar la ampliada capacidad de inversión.

No hay que olvidar que, hace apenas unos días, el mensaje de Alfonso Romo de un posible golpe de timón en la posición del gobierno en temas energéticos fue escuchado y, a la vez, descontado por muchos. Su equipo lleva insistiendo en rondas, farmouts, subastas de largo plazo y muchos otros mecanismos para permitir que el sector energético mexicano siga realmente abierto a la inversión privada. Pero hasta el momento su influencia sobre el discurso presidencial había sido limitada. No se han cancelado contratos petroleros. Pero el presidente no ha abierto la posibilidad de licitar algunos nuevos, vía rondas o farmouts.

Aún no es claro si fue Romo e Hibert, Scherer, Ebrard, Márquez, todos juntos, o cualquier otro de esa inclinación, el que logró que la resolución de los gasoductos fuera pragmática y que el programa de comunicación del día se construyera en torno al eje de la confianza. Pero es claro que esta vez la corriente ganó el argumento. Su voz finalmente se oyó con fuerza desde el púlpito de Palacio. Un día después, estaba reunido con ENI, felicitándola por su desempeño petrolero en nuestro país.

Todos los nombres de arriba han dejado claro que, en este asunto, lo de menos son los voceros o mensajeros. Si en los próximos días los mensajes de la corriente regresan al púlpito, y se cristalizan en una agenda constructiva de meses años, la historia de los gasoductos, por atropellado que haya sido su comienzo, podría ser una de auténtica transformación.

Quizás nunca olvidemos el punto de partida. Pero, en esta historia, el punto de destino aún tiene que moldear el arco narrativo.

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